texto — diez años y un día – El sueño del mono loco
El sueño del mono loco Saliva, cinismo, locura, deseo…

texto — diez años y un día

alguna vez he hablado aquí de mi familia, de esa tribu que me mantiene cuerdo, con los pies en el suelo y a quienes, de vez en cuando, recurro en busca de aliento y refugio. No voy a hablar más de ellos, al menos en esta entrada, porque hoy toca mencionar al otro tipo de familia, a la que yo he elegido, a mis amigos. No soy una persona excesivamente pródiga en amistades. Tengo pocos, un puñado de muy buenos amigos y el resto de categorías, lamentablemente, no pasan de conocidos. A muchos los he mencionado en este blog, mediante letras o apodos y son ese tipo de personas a los que sólo te queda agradecerles el tiempo en común y la amistad. También son anclas, a su forma y evitan esa deriva constante de la que uno no es consciente hasta que ya es demasiado tarde. Este pasado sábado, dos de esas anclas se unieron en una bonita boda con toques frikis y me pidieron que escribiese algo para leerlo durante la ceremonia. Parecía fácil pero las dos semanas de plazo pasaron volando y lo único que conseguía era apilar borradores que por la noche parecían perfectos y a la mañana había mutado hasta convertirse en porquería. Al final, el jueves, desesperado, conseguí hilar dos frases seguidas coherentes y salvar mi ajado ego. Por las caras que vi aferrado a aquel atril, creo que gustó.

Diez años y un día

Cuando Fernando me comentó la posibilidad de escribir un texto para leerlo en su boda, acepté de inmediato. Pero unos minutos mas tarde, dándole vueltas al asunto, temí que fuese una represalia por haberle disfrazado de Eva Nasarre en su despedida de soltero. Todavía hoy lo creo. Llevo dos semanas dándole vueltas a qué contar y sigo sin tener ni idea. Los primeros días tuve un par de pistas que de no tratarse de un amigo y una boda las habría desarrollado.

Pero como he dicho, Fernando es un amigo, un tipo grande, noble e irónico con el que tuve el placer de trabajar y al que ha terminado uniéndome una gran amistad. Uno de esos días en que nos despidieron, algo que pasaba a menudo, quedamos a tomar una cerveza y charlar del futuro. Hasta ese día nos llevábamos bien, trabajábamos en armonía e incluso arrasábamos la cafetera al unísono. Pero tras aquel despido y la docena y media de cervezas que nos trasegamos para espantar al mal humor, surgieron más planes con alcohol y esta amistad fraternal.

Suena ñoño, ¿verdad? Amistad es una palabra infravalorada hoy en día gracias a facebook, pero muy válida en este caso. A los amigos, a los buenos amigos, esos con los que todas las cervezas del mundo no son suficientes, hay que cuidarlos. Y si vives en otra provincia, el teléfono es el vínculo imprescindible que te une a ellos. Hemos mantenido largas conversaciones sobre trabajo, desamores y canciones de Sabina, que dejábamos en suspenso hasta que una visita a la tierrina nos volvía a juntar donde siempre y al misma hora. Empiezo a pensar que nuestra amistad se basa en el consumo de alcohol. De ser así, será eterna.

Una noche de 2005 me llamó y hablamos durante una hora y pico. Llevaba un tiempo en el fondo de uno de esos pozos que nos fabricamos cuando creemos que la vida nos odia, pero en aquella ocasión le noté algo diferente tanto en la conversación, porque fue menos pesimista de lo habitual, como en el tono de voz, que era mucho más alegre. Sólo tuve que esperar media hora hasta que comentó, de pasada, el motivo del cambio: había ido a una cena de unos amigos y se había sentado al lado de una chica. Ya sabéis cómo es esto: quieres preguntar directamente pero sabes que no va a funcionar, así que no muestras interés. Ajá, le dije con mi mejor tono neutro. Y, por supuesto, se fue por Jaén: que si fue en Llanes o en Gijón, que si fue una mariscada o una hamburguesa… Estaba a punto de gritarle algo feo cuando lo soltó: se llama Noelia, tiene su propio pozo y algo en la mirada que me descoloca. ¿Algo como qué?, pregunté. A los cinco minutos de estar hablando, la conocía de toda la vida y antes del segundo plato ya éramos íntimos, respondió.

Un tiempo después conocí a Noelia. Quedamos donde siempre y charlamos parapetados tras unas cervezas. Y pude ver que Fernando tenía razón. Sólo hicieron falta media docena de frases manidas para que el ambiente se relajase y terminásemos hablando en confianza. Después de aquella vez, les llamaba cada vez que volvía por Asturias para cenar, ponernos al día y darnos envidia contándonos cosas de viajes por el lejano oriente. Y siempre tengo esa sensación tan agradable de estar en casa, con amigos.

Un día, tiempo después, pasó una cosa extraña que, personalmente, achaco a una apuesta. Creo que alguien, en un determinado momento, apostó con ellos que no podrían hacerlo todo al revés. De momento, creo que van ganando porque han tenido una niña, un niño y, finalmente, se están casando. Lo siguiente será comprarse un piso, luego un coche deportivo y, finalmente, volver al instituto. Casi siento un poco de envidia de ese primer beso que, según mis cálculos, se darán dentro de diez años. Probablemente me enteraré de cómo ha ido donde siempre, a la misma hora, en diez años y un día.

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