Este año, esos simpáticos señores libres de aranceles que son Los Reyes Magos, me han traido muchas cosas, contradiciendo la creencia general de que no soy buena persona o de que me merezco todo el carbón que pueda salir de las maltrechas minas astures. Había ropa, un cinturón colorista y varias cosas más pero, entre todas ellas, destacaban dos paquetes de Mikado como dos soles. Años evitando el vicio, la perdición en forma de afiladas barritas de pan recubiertas de chocolate para que al final, tres ancianos barbudos opinen que lo necesito es, precisamente, aquello de lo que me mantengo alejado. Ni que decir tiene que, como antaño, cuando devoraba tres y cuatro paquetes por día, el primero de éstos ya forma parte de la historia.
Por cierto, empiezo a pensar que estos señores, los Reyes Majos, no tienen el sentido del gusto en perfecto estado porque a nuestro vecinito de arriba, a ese sinpar personaje, entrañable bakala, le han regalado una guitarra eléctrica con su amplificador correspondiente, en vez de la katana con instrucciones detalladas para seguir el ritual del seppuku. Mala suerte, quien sabe, quizá el año que viene…
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