ayer me llamó folixeru (tendrás cien años y seguiré llamándote así :)), tarde ya y según sus propias palabras, en pleno ataque de melancolía. Por una casualidad pasó cerca de donde trabajábamos y se decidió a parar y echar un vistazo. Y, claro, lo que vio fue desalentador y deprimente.
Lo que un día fue un impresionante lugar donde crear y desarrollar ideas se ha convertido en una franquicia más de una de esas fábricas de software. De aquel proyecto y de otros cuantos más, ya sólo quedan los edificios centenarios de Duro Felguera, el refrigerador pintado a colores y algunos logos sobre algún cartel viejo. El resto, incluidos los muebles y las plantas decorativas, han desaparecido y, en su lugar, hay nuevos carteles, más grandes, luciendo el logotipo y el pomposo nombre en inglés de la multinacional del software, que ha ido ocupando todo el espacio.
Que nadie me malinterprete, no estoy contra esa corporación ni ninguna otra, simplemente me uno a la melancolía de folixeru al ver que aquello en lo una vez estuvimos involucrados tan profundamente ya no está. Y era esa añoranza la que anoche se iba formando entre dos tipos que hablaban por teléfono de tiempos pasados.
Cuando hace casi una década supe que venía a Extremadura a trabajar mi primera parada en el viaje de vuelta a Asturias fueron esas oficinas, hoy vacías y el domingo previo a mi marcha me pasé la tarde allí, recogiendo cosas y sacando algunas fotos. Supongo que me resulta complicado entender que de aquello sólo quedan viejos ladrillos. Sé, no hace falta suponer, que esta semana, cuando vuelva a viajar hacia la tierrina intentaré hacer una pequeña parada al pie del refrigerador más colorido del mundo, sólo por el placer de devolverle la llamada a folixeru y compartir su melancolía.