doce días de setiembre – El sueño del mono loco
El sueño del mono loco Saliva, cinismo, locura, deseo…

doce días de setiembre

Antes de nada y para los que tienen dudas:

setiembre.
(Del lat. september).
1. m. septiembre.
(Fuente: DRAE).

Ahora, al lío. Ayer volvimos de nuestras penúltimas vacaciones antes de las de fin de año. En total, fueron seis días en Gijón y otros tantos en el pueblo de eme y nos sirvieron, sobre todo, para desconectar del trabajo y recargar las pilas de cara al último tramo del año, el más duro si cabe.

En Gijón, volvimos a hacer lo que hacemos últimamente, malcriar a nuestro sobrino, pasar tiempo con la familia y los amigos y, en definitiva, disfrutar un poco sin prisas ni planes. La única idea que llevábamos era una visita a los suecos, más que nada para terminar de decorar el pisito y tuvimos suerte, nos tocó la visita divertida.

Imágenes, aunque saqué cerca de medio millar, sólo unas pocas han terminado en la red, sobre todo porque la inmensa mayoría son de mi sobrino y trato de preservarlo del mundanal ruido que es Internet. Además, sólo algunas son dignas de ser enseñadas. Queda mucho por aprender, me temo. Recomiendo la panorámica del puerto deportivo, que con las nubes amenazantes, el sol reflejado en las ventanas de los edificios y el reflejo de los barcos me tranquiliza como pocas.

En el pueblo de eme, tuvimos más ración de paz, tranquilidad y sosiego. Es un sitio pequeño, tranquilo, donde las casas tienen muros de un metro de grosor y en donde la actividad más estresante es echar un tute. Estuvo en fiestas prácticamente todos los días que pasamos allí y, entre cerveza y cerveza, nuestros niveles de calma rozaron mínimos históricos.

Fue ahí, entre toda esa placidez donde tuve un súbito ataque de creatividad (si, así, con todas las letras) y me lancé a escribir un relato para el próximo número de la revista del taller de escritura. Tres minutos tirado en una cama ajena, mirando al techo y con un reloj de cuerda marcando los segundos fueron necesarios para que me volviesen, de golpe, las ganas de escribir. Me pasé un par de días con la tarea y el reloj de fondo, ayudando, centrando las ideas y dándole un ritmo común al relato. Para variar, fue divertido, didáctico y muy relajante.

Con las fotos, pasó algo similar a lo de Gijón. Saqué bastantes más de las que subo a flickr, quizá por miedo a resultar tremendamente cansino, quizá por querer racionarlas para mostrarlas más adelante, cuando no saque ninguna. En cualquier caso, fue curioso salir acompañado de la cámara de fotos a todas horas. El resto de las fotos subidas, pocas, en este set de flickr.

Con el pueblo en fiestas resultó sencillo encontrar motivos para desmontar la cámara del hombro, ajustar ciertos valores a ojo (no puedo prescindir de esta costumbre), encuadrar y disparar. La gente en los chiringuitos, los fuegos artificiales o una exposición de vehículos antiguos y un Hummer (me niego a meterlo en la misma categoría que los Cadillac, Lincoln Continental o Sanglas) dieron juego y, de paso, ayudaron a quitarme el óxido del verano, demasiado seco y vacío de fotos.

Mención aparte quiero hacer a los trabajadores de la Casa de la Cultura, que cuentan con una conexión inalámbrica y abierta a Internet a disposición de todos los que nos pasamos por la biblioteca y un horario de feria demasiado breve. Tanto que consiguió que terminase sentado, a las nueve de la noche, en el pórtico de la Casa de la Cultura, cobijado de la lluvia y apoyado contra una pared. Señores, uno está muy mayor para estos esfuerzos. Exijo un aparcamiento contiguo al edificio, disponible para adictos al correo electrónico. No pido mucho, ya ven, nada que no se solucione con un poco de pintura amarilla.

En fin, que se acaban de terminar y ya estoy mirando cuando me tocan las siguientes minivacaciones.

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