mateo y la sidra de aceitunas – El sueño del mono loco
El sueño del mono loco Saliva, cinismo, locura, deseo…

mateo y la sidra de aceitunas

El pasado fin de semana estuvimos en Gijón y, como me recriminaba jota, no avisamos a nadie. Ni para unas sidras. El motivo fue sencillo y, a la vez, doloroso: con nosotros viajaron eva y lolo (si, los pesados de la tarjeta de memoria) y, para eva el único sitio importante, el único lugar que quería visitar de toda Asturias, era el pueblo del doctor Mateo. ¡Manda huevos!

Reconozco que el único contacto que había tenido con esa serie duró poco, muy poco. Uno de los primeros días, cambiando de canal mientras bombardeaban con anuncios lo que estaba viendo, me topé con un fulano que trataba de hablar en asturiano con bastante poca fortuna. No puedes pretender hablar en asturiano utilizando pretéritos perfectos todo el rato. La vergüenza ajena y el sonrojo me hizo cambiar de canal y no volver por allí mientras durase aquel esperpento.

Pero parece que a eva, el doctor Mateo, le revuelve las entrañas y, por eso, nos paseamos por Lastres, eso que en la ficción se ha llamado San Martín del Sella. No faltaba nadie, creo que cualquier persona que haya visto diez minutos de serie estaba allí, recorriendo las calles con un plano de la ruta del doctor en las manos y sacando fotos en cualquier esquina que le sonase remotamente. Una delicia.

Pero, personajes de ciencia ficción aparte, el paseo por la tierrina con la hermana de eme tuvo un aliciente enorme. Hay un momento fantástico cuando alguien de estas latitudes se pasea por Asturias por primera vez, un momento de ilusión, de no terminar de creer ciertas cosas. Y a mí me encanta vivir ese momento y, sobre todo, fijarme en la cara de sorpresa que suelen poner. Ya pasó con eme, en aquellos días en que descubrió la tierrina a golpe de kilómetro y con cris, en otro fin de semana maratoniano. Estos días, con eva y salvo el paso obligado por Lastres, volví a revivir la sensación de ser el guía del safari.

Hubo un momento, uno en especial, por el que supe que había valido la pena. Estábamos en Llanes después de pasar la mañana en Lastres, tomando una sidra antes de sentarnos a comer. Eva, ni corta ni perezosa, le soltó al camarero que su culín de sidra le sabía a aceitunas y lo remató diciendo que en realidad le sabía dulce. Al pobre hombre todavía le tiemblan las canillas por el comentario.

De la familia, el sobrino, la comida y la bebida no voy a decir nada, que ya me han llamado pesado y yo, las indirectas las cojo al vuelo.

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